Por: Jaume Montull Rué
Con la llegada del mes de agosto llegó también una nueva edición del prestigioso evento medieval en el castillo de Peracense. En esta edición los días 5, 6, 7 y 8 fueron los elegidos para el evento, por lo que los miembros de ARCOFLIS, fieles a nuestra cita con el “castillo rojo”, denominación que recibe por sus piedras rojizas, nos embarcamos en una nueva aventura.
El castillo de Peracense se halla colgado literalmente sobre un apartado risco de la sierra Menera, en el municipio de Peracense, a unos 45 kilómetros de Teruel. Desde él se aprecia la belleza de su entorno, muy parecido a cierta zona de la Capadocia turca por sus rocas erosionadas.
El origen de este castillo no está nada claro. Según parece, por los restos arqueológicos hallados en sus proximidades, debió de ser la defensa de un pequeño poblado medieval, conocido por los lugareños como la Villeta, lugar del que procedería la imagen medieval de la Virgen con el Niño que se conserva en la iglesia parroquial de la localidad. Según información manejada por Cristóbal Guitart ya existía en 1284, pues fue utilizado por las tropas reales como punto de partida para la conquista de Albarracín. No obstante, también se han encontrado restos celtíberos y romanos, lo que da idea de lo ancestral de su origen. La fortaleza propiamente dicha, y que podemos ver hoy día, fue edificada hacia la primera mitad del siglo XIV para uso estrictamente militar.
A pesar de su situación, ya que se encuentra mucho más próximo a Teruel que a Daroca, y justo en el límite que durante la Edad Media separaba los territorios de ambas comunidades, el castillo de Peracense estaba administrado por alcaides nombrados por la comunidad darocense. El castillo se encuentra ubicado junto al monte o peña de San Ginés, todo un hito geográfico ya señalado al citar los límites espaciales de Teruel, comunidad que se forma con parte del territorio ya conquistado a los musulmanes por las tropas de Daroca, para que quede claro hasta dónde se extienden una y otra.
La construcción del castillo de Peracense, como la de otros castillos vecinos fue fruto de la rivalidad medieval entre los reinos de Castilla y Aragón. Su misión era la de controlar uno de los posibles puntos de acceso por los que las tropas castellanas podían penetrar en Aragón en momentos de conflicto, y evitar así su llegada a todo el Valle del Jiloca y a localidades tan importantes como Santa Eulalia, Villafranca, Monreal del Campo o la propia ciudad de Teruel. No obstante, parece que el acceso de las tropas castellanas podía hacerse desde otros puntos cercanos y de más difícil defensa, de manera que este castillo apenas fue atacado ni asediado.
Una de las razones de la relativa falta de uso de este castillo es que siempre se encontró adecuadamente protegido por otros elementos defensivos del entorno, por un lado la torre de planta rectangular que se levanta en el ya citado cerro de San Ginés, el principal punto de control visual por su ubicación en una elevación del terreno dentro de un entorno eminentemente llano, y por otro el castillo de Ródenas, un gran desconocido de la castellología que sin embargo le sirvió de pantalla protectora. La más clara prueba de ello es que del de Ródenas apenas quedan los restos de algún muro en la parte superior, mientras que en el de Peracense los restos han tenido siempre mayor importancia, aun antes de la reciente restauración. Como el castillo de Ródenas sí que pertenecía a la Comunidad de Teruel, se plantea otra posibilidad, que ambos castillos se mantuvieran para proteger las posesiones de sus respectivas comunidades ante posibles conflictos entre ellas, más que dedicarse a defender Aragón de la amenaza de incursiones por parte de los castellanos.
Como ya se ha dicho, no existen citas importantes que atestigüen asedios de este castillo por parte de tropas enemigas durante la Edad Media. Hay que esperar a los episodios bélicos de la primera guerra carlista para documentar de nuevo su utilización parcial.
El castillo de Peracense se mimetiza con el paisaje de manera que parece formar parte de él como si de un fenómeno geológico se tratara. La forma que adquiere es la de un espolón de un barco varado en la montaña del que destaca la torre principal por su altura y rotundidad.
La fortaleza es de planta curadrada irregular, ocupa unos 4.000 metros cuadrados, se divide en tres recintos concéntricos y está situada sobre una escarpada peña, siendo inexpugnable por varios de sus flancos. El recinto interior es la plaza de armas, de unos 60 x 40 metros, y en ella se puede observar una especie de nichos que debieron ser utilizados para almacenar víveres y para que los guerreros se resguardasen del frío.
Sus laderas norte y este son inexpugnables, y en el sur y oeste se levantó una muralla en forma de ángulo recto de unos 3 metros de espesor, reforzada por tres torreones rectangulares.
La entrada al castillo es un estrecho portillo al borde del precipicio. Hay saeteras y subsisten bastantes almenas. Sólo queda la pared frontal de lo que fue la Torre del Homenaje.
En este evento se reúnen muchos de los buenos grupos de recreación histórica de este país venidos de diferentes lugares de la Península e incluso contando este año con recreacionistas de nuestro vecino país Portugal.
Allí se encontraban los grupos aragoneses de Fidelis Regi, como anfitriones del evento, A.C.H.A, Ferruza, Vasallos de Don Germán, Calatravos de Alcañiz, los vascos de Iparreco Iaunac, los catalanes de la Orden del Acero Negro, ARCOFLIS, los valencianos Alliger Ferrum, los riojanos de La Milicia Concejil de Rioiia, los castellanos de La Milicia de Medina del Campo, los madrileños Anima Ensis, Axil y señora, de tierras andaluzas Harald y su gente y los portugueses de Guildas Aureas.
El jueves, primer día del evento, se dedica básicamente al montaje del campamento y a recibir a los grupos que poco a poco se incorporaban al mismo.
Después de cuatro largas horas de viaje divisamos al fin a lo alto del castillo de Peracense el estandarte blanquiazul de la casa de Urrea que por ser Don Rui Ximénez tenente del castillo ondeaba altanera en una de las torres más altas. Creo que fuimos de los primeros en llegar esa mañana de entre los grupos invitados ya que los organizadores ya pernoctaron en el castillo un día antes para ir preparando un poco el evento. Tras los saludos de costumbre y un breve refrigerio llegaba la parte dura, el traslado y montaje del campamento.
Día de calor tremendo que se incrementaba al igual que nuestro sudor al descargar y transportar nuestros enseres desde el aparcamiento en el que dejamos los coches hasta el patio del castillo en que se ubicaba el campamento sobre todo por la distancia entre ambos lugares y las subidas que hay entre ellos.
Pero como el que algo quiere algo le cuesta al final lo conseguimos y ya una vez instalados en nuestros pabellones nos dispusimos a comer en una de las dependencias del castillo mientras que los Fidelis Regi prefirieron para la ocasión ir a comer al restaurante del pueblo.
Y he aquí que después de la comida y estando solos se nos ocurrió una pequeña venganza sobre el señor de Urrea quien semanas antes aprovechando nuestra estancia en Pardines, lejos de internet, se atrevió a tomar posesión en nombre de su casa de nuestro querido foro en la red. Pues bien que se la dimos, tan feliz y contento que estaba él de ver su estandarte gobernando el castillo desde lo alto que decidimos cambiarlo por un simple trapo color naranja de igual tamaño y que ondeaba también a las mil maravillas para posterior satisfacción de Ximén Cornel, su más acérrimo enemigo, por la similitud de los colores de su blasón.
Y en estas que sale de la comida el señor de Urrea con los suyos y demás compañeros de otros grupos que habían llegado ya al pueblo y a los que de manera presumida les iba enseñando desde la lejanía lo bien que ondeaba su pendón para que todos se maravillasen de ello aunque él mismo lo observaba con un tono ligeramente diferente. Pensó que seguramente era por la distancia o quizás por influjo del sol pero lo notaba raro. Lo que nos perdimos fue la expresión de su cara y las primeras risas de los asistentes cuando confirmo definitivamente sus sospechas y vio al fin que se lo habíamos cambiado. Castillo tomado, venganza cumplida.
De lo acontecido ese jueves poco más a destacar, seguían llegando compañeros de recreación y se seguía montando el campamento, cena, charla, risas, lo normal entre buena gente.
El viernes era ya el punto de partida del evento, con todo ya montado empezaba a vivirse el ambiente medieval de recreación. Para este evento y como novedad se habilitaron diversas salas del castillo, en una de ellas Fidelis montó un cuerpo de guardia, estancia en la que se designaban los diferentes puestos de guardia en el interior del castillo y los turnos a realizar por los soldados que firmemente hacía cumplir su fiel sargento Mariano.
En otra de las estancias se habilitaron una capilla destinada a la oración. Para lo cual vistieron las paredes de ricas telas, cortinas y demás, colocando como imagen central la de una virgen tallada al más puro estilo de la época. Ahí es donde el cronista mayor de Fidelis, el benedictino Enrique de Çaragoça, dos frailes turolenses y el hospitalario de La Orden del Acero Negro se encontraron como en casa.
Otra de las sorpresas fue encontrar en otra de las dependencias del castillo y de la mano de los Iparreco Iaunac la representación de lo que era una cocina en esa época. Todo tipo de recipientes, enseres y utensilios se encontraban en dicha cocina que presentaba un sensacional aspecto para deleite de todos los que la visitaron.
Y no acaba aquí la cosa pues ese gran, no, esos dos grandes artesanos como son Axil y Harald, muy bien secundados por los amigos de este último, se atrevieron a montar una enorme fragua dentro de otras de las dependencias de ese castillo. Del calor que pasaron y del cansancio de estar todo el día picando hierro caliente solo pueden hablar ellos mismos. Felicidades artistas, tenéis todos nuestra admiración.
Todo esto sucedía en la parte interior del castillo en sus diversas dependencias, mientras en el resto del campamento se realizaban otras actividades. Los arqueros de ARCOFLIS nos dedicamos a labores de mantenimiento propias de nuestro oficio, poner nuestros arcos a punto, hacer nuevas flechas, confeccionar un nuevo carcaj de tela y coser una funda que proteja el arco de los golpes y de las inclemencias del tiempo mientras que nuestras mujeres se afanaban en coser y bordar unos nuevos tocados para la cabeza.
Bajo el mismo toldo que nos protegía del intenso calor reinante, otro miembro de Iparreco Iaunac, Jorge, se dedicaba a pintar sobre un lienzo una virgen medieval, encargo de su señor. Y no muy lejos los portugueses y algún miembro de Fidelis cosían y bordaban diferentes telas escuchando de tanto en tanto a los puestos de guardia que reportaban novedades a su sargento a grito pelado. Qué ambiente se respiraba.
A esto que se acercaron guiados por Don Artal de Alagon las cámaras y reporteras de Aragón Abierto para hacernos pequeñas entrevistas y filmar un poco de lo que íbamos haciendo para su reportaje.
Comimos excelentemente, pasamos la tarde de igual manera con labores, turnos de guardia, etc. y cuando empezaba a caer la noche se presentó a las puertas del castillo Ximén Cornel con su gente.
Pero recordemos este personaje de Ximén Cornel y de Don Ruy Ximénez de Urrea de eventos anteriores en el mismo Preacense o dónde les dejamos no hace mucho en tierras catalanas de Pardines.
Bien, resulta que Don Ximén Cornel era el tenente del castillo de Peracense que fue reemplazado en el cargo Don Ruy Ximénez de Urrea. Como es lógico Urrea y Cornel tuvieron sus más y sus menos abandonando este último el castillo de muy mala gana bajo la promesa de volver algún día a reclamar lo que considera enteramente suyo.
Uno de los últimos episodios de estos dos nobles se vivió en las tierras de Pardines no hace mucho dónde el de Urrea sufrió una emboscada cuando estaba acampado con sus tropas por parte de Ximén Cornel que casi le cuesta la vida (Ver una entrada anterior de nombre “Pardines 2010”). Una vez recuperado de la agresión sufrida y ya en el castillo de Peracense retomamos la historia ya que la guardia acaba de informar a Don Rui Ximénez que Ximén Cornel está a las puertas del castillo y pide ser recibido.
El tenente accede y Cornel entra en la fortaleza siendo recibido tal y como pedía por el señor de Urrea altamente sorprendido ante tan inesperada visita. Unos minutos más tarde, lo que tardo en remojar el gráznate, Cornel desveló sus intenciones. Tras preguntar por su familia, esta estaba bajo la protección del señor de Urrea, se rebeló como portador de una misiva real en la que el mismo rey le devolvía el castillo de Peracense y todas sus posesiones.
Al ir creciendo la sorpresa en el rostro de Don Ruy Ximénez, que no daba crédito a lo que oia, delegó pronto en su hombre de letras, Enrique de Çaragoça, monje muy versado en este tipo de documentos, para que diese autenticidad a tal escrito que de ser cierto le privaba de la tenencia de Peracense y todas sus posesiones. El monje se acercó, despacio, vestía los hábitos benedictinos de su orden y avanzaba con un bastón en la mano derecha y un pequeño farol en la izquierda, pues empezaba a oscurecer. Atendió muy ceremonioso las órdenes de su señor, dejo su bastón a un lado, busco entre sus enseres, se puso sus lentes y procedió a su lectura. Después de un primer examen aseveró no poder dar validez al mismo, según dijo, parecía auténtico, pero la poca luz reinante en el momento no le dejaba apreciar claramente todos los matices de tal misiva para certificar de una manera resuelta su veracidad. Así que propuso dejar tal afirmación para el día siguiente con más luz y mayor tiempo para su pertinaz estudio. Así lo convinieron también oportuno los dos caballeros y que sin más se pusieron a cenar dejando para el día siguiente tal resolución.
La cena fue igual de buena que todo lo que probamos en estos días y más sabrosa aún si después del postre te deleitan de nuevo con una nueva actuación de ese par de diablillos que ya atienden por el nombre de “Les Morenitos”, de los que ya hemos hablado otras veces, que hicieron las delicias de todos. Para esta ocasión, en su peculiar show, se metieron de nuevo con los arqueros y con el pobre de Cornel ya habituado a dicho espectáculo. Pero no sufráis, todo llegará, ya les correremos un día de estos a flechazos.
La armonía reinante y frescor de la noche dieron paso al amanecer de un sábado que prometía ser muy caluroso. Se respiraba en el aire la incertidumbre y el presagio de un ambiente prebélico quizás como consecuencia de la presencia de Ximén Cornel y la misiva de la que era portador que se desvelaría a todos esa misma mañana.
Y así se hizo, reunidos de nuevo los tres en el patio interior del castillo, Enrique de Çaragoça era quien tenía la palabra pues de sus labios saldría la voz que autorizaba o no dicho documento. Y el monje habló diciendo que dada su experiencia con este tipo de documentos de la casa real no veía la autenticidad del mismo ya que, según él, una de las firmas secretas del rey no figuraban en dicho escrito por lo que acabó emitiendo un veredicto muy disconforme con los intereses del señor de Cornel que vio impotente como su escrito era totalmente desestimado por ser poco veraz.
Enfurecido por tal decisión abandona el castillo para reunirse con el resto de sus tropas amenazando de recuperar la fortaleza por la fuerza si esta fuere la única manera de poseerla. El señor de Urrea ante tal afirmación opta por reforzar los puntos clave del castillo temiendo un asalto desesperado al castillo. Se cierran puertas, se aumenta la guardia y se arma a la tropa por si fuera menester.
Comimos y descansamos un rato por lo de guardar fuerzas ante el posible ataque, atentos a cualquier comentario y movimiento de los centinelas. A media tarde el ataque pasó de posible a inminente ya que alguien dijo ver moverse al grueso de las tropas de Cornel hacia la fortaleza y tras saber que en una de sus tretas había envenenado los pozos del castillo para dejar sin agua potable a sus moradores. La batalla estaba cerca. Corrimos hacia nuestras armas, los hombres de armas a por sus escudos y lanzas. Nosotros los arqueros a por nuestros arcos y flechas. Esta vez ARCOFLIS estaba bajo la orden del señor de Urrea por lo que nos tocaba defender el castillo.
Desde las cocinas se mandaron a cuantas aguadoras se pudo para intentar llevar agua desde alguna fuente cercana acompañadas de una pequeña guardia para su seguridad. Pronto volvieron al castillo alertando de la proximidad del enemigo que poco tardó en presentarse en uno de los muros laterales. Desde la torre más cercana fueron recibidos con piedras por lo que decidieron seguir el ataque por otro de sus muros menos custodiado y quizás más asequible.
Con fustíbalos y hondas mermaron las pocas defensas que desde las almenas intentaban protegerse con sus escudos. Pronto a las órdenes de Cornel atacaron la primera puerta que da acceso al recinto. Labor que les resulto sencilla debido a la acción de un soldado que les facilitó la entrada con su traición.
Y allí los esperábamos nosotros, con los arcos a punto, viendo como penetraban por la puerta y subían la rampa que daba acceso al segundo recinto más fortificado. A una orden y desde la muralla, elevados para no sufrir bajas, empezamos a soltar una lluvia de flechas mortal sobre el enemigo. Muchos en un vano intento hacían por protegerse con sus escudos, pero ya era tarde, habían sucumbido a las mortíferas flechas. Recuerdo muy bien cierto caballero a quien le bastaron décimas de segundo en un descuido que le dejo desprotegido un instante, para recibir una de nuestras saetas en el pecho derribándolo totalmente. Muertos y heridos empezaban a caer en los escalones. A una orden de su capitán formaron un nuevo muro de escudos, más sólido. Lo que les permitió seguir avanzando bajo las flechas hasta el pórtico de la segunda entrada donde ya no estaban a tiro de flecha.
Con la ayuda de un ariete y posteriormente a golpe de hacha derribaron el pesado portón que les separaba del segundo acceso. Las tropas del señor de Urrea, que les aguardaban en el centro del patio con el mismísimo Don Ruy Ximénez al frente, se pusieron en guardia.
Una vez frente a frente estaba todo por decidir, los nervios aumentaban, el enemigo había conseguido penetrar en las entrañas del castillo, no quedaba nada más que defender, triunfar o morir y eso no hacía presagiar nada bueno. Allí estaban, quietos, mirándose, esperando el menor movimiento, tensos. Se dio la orden de atacar y todo cambio, gritos, chocar de espadas y escudos, rostros y torsos ensangrentados y ningún claro vencedor. Así una tras otra se sucedían las embestidas entre los dos ejércitos.
Era una situación extraña, si seguía la lucha y se iban matando de igual manera cabía la posibilidad de quedarse sin tropas ambos contendientes, por lo que decidieron en una de las pausas decidir la victoria por medio de paladines. El vencedor se quedaría el castillo. Por la parte atacante peleaba Galceran, el alférez de la casa de Ximén Cornel, por contra defendía a su amo, Blasco Garcés, sargento de armas de la casa de Urrea.
Los dos luchan bravamente pues son dos grandes adversarios muy duchos en su oficio. Mientras se está decidiendo la suerte de Peracense, Ximén Cornel da una orden a Don Fortún de Ayala quien partidario de la casa de Cornel toma por la espalda a Don Ruy Ximénez de Urrea y le pone una daga en el cuello provocando que el sargento Blasco Garcés rinda su arma quedando el señor de Urrea prisionero de Cornel. Este le llena de grilletes y lo deposita preso en una de las estancias del castillo.
Y una vez acabada la batalla pasamos la noche, cenamos otra vez todos juntos, comentando las incidencias de la misma, que si esto, que si lo otro, que para aquí, que para allá, hasta que cansados, nos retiramos a nuestros aposentos para descansar esperando la llegada de un nuevo día.
Y llego el domingo, última jornada del evento. Queda aún saber el desenlace sobre los contendientes por el castillo de Peracense. Resulta que vuelven a entrevistarse los dos pretendientes, muy caballerosos como tales y apelando a ese mismo derecho, Don Ruy Ximénez de Urrea pide un Juicio de Dios, o sea un enfrentamiento directo con Ximén Cornel.
Pero dejemos que sea el propio Enrique de Çaragoça, más versado en leyes, que haga el siguiente relato con sus propias palabras…
A las damas e caballeros presentes en la fortaleza de Peracense.
Habiéndose dado el caso de emplazamiento a duelo judicial del emplazado don Ximén Cornel por el tenente deste castillo don Ruy Ximénez de Urrea por la posesión del mismo, et recogiéndose jurisprudencia de dicto duelo en el Fuero otorgado por S.M. don Alfonso el Segundo de Aragón a la villa de Teruel en el anno de 1176, en su folio LIII, capítulo CCXI sobre el duelo judicial de los deudores emplazados, sea concedido tal emplazamiento et sea desarrollado el duelo del modo siguiente:
- Primero, que hallándose demandante e emplazado presentes en el campo, e habiéndose llegado a acuerdo entre ellos, non sea necesaria la búsqueda de adalides que los representen, siendo los dos ricoshombres suprascriptos, don Ruy Ximénez de Urrea et don Ximén Cornel, quienes tomen las armas et luchen por su razón en sus propias personas.
- Segundo, que bajo pena de muerte ose ninguno de los parciales de ambas casas ayudar a sus respectivos señores en la lucha, ni procurando la victoria de su señor ni facilitando la derrota del adversario.
- Tercero, que la lucha sea desarrollada con las armas de caballero, esto es, a espada e escudo.
- Cuarto, que un juez imparcial vele por el desarrollo del juicio e non permita trampa ni añagaza por parte de ninguno de los contendientes en el desarrollo del mismo.
- Quinto, que un escribano o secretario tome nota del desarrollo del juicio e dé fe del resultado del mismo, siendo llevado el escrito ante Su Majestad por darle su beneplácito.
- Sexto, que el resultado del duelo judicial, sea cual fuere, sea tenido por juicio e voluntad del Altísimo por todas las partes implicadas en él, aceptándolo sin derecho a réplica.
Establecidas las condiciones e aceptadas por las partes implicadas, de, pues, comienzo el duelo cuando ambos contendientes estén convenientemente preparados para el mismo.
E assí fecho, combaten ambos caballeros en la segunda liza del castillo por la posesión del mismo. Don Ximén Cornel lleva la iniciativa en la lucha, pero a la postre es el señor de Urrea quien se hace con el triunfo desarmando a su adversario e faziéndole hincar la rodilla en el suelo...
Y así es como el señor de Urrea recuperó el Castillo de Peracense y sus posesiones.
Pero como hemos dicho antes era el último día del evento, solo nos quedaba recoger todo el material, comer y la acostumbrada reunión de grupos que se suele hacer al finalizar el evento para ver en que se puede mejorar. Pero, como decía Jack el Destripador unos siglos después, vayamos por partes.
El desmontaje fue duro y largo. El cansancio acumulado en los días anteriores y el hecho de que casi al tiempo desmontaba todo el campamento no lo hacían más fácil. Otra vez teníamos que superar las mismas distancias, subidas y escalones de la ida.
La gran anécdota de la edición del año anterior fue la intensa lluvia que cayó el sábado y el domingo que hizo imposible cualquier acto en esos días afectando sobre todo a la batalla del sábado. Todas las tiendas y pabellones se mojaron de lo lindo acabando algunas de ellas literalmente por los suelos por efecto del agua. A muchos compañeros se les mojo todo lo que llevaban, otros tuvimos más suerte y pudimos salvar bastante de lo que llevábamos. El castillo se había transformado en un rio en su interior que arrasaba cualquier tienda o pabellón que se ponía a su alcance. El desmontaje tuvo que ser rápido llevándonos a casa mucho material afectado por el agua y hubo sus pequeñas inundaciones en los pueblos cercanos.
Por ello en esta edición teníamos siempre la mirada puesta en el cielo. Los tres primeros días no había ni nubes y el sol calentaba lo suyo, pero el domingo antes de comer cambio el panorama y unos negros nubarrones empezaron a tomar el castillo. Pintaba otra vez a aguacero.
Con la amenaza de la lluvia empezamos la reunión de grupos, una charla abierta entre todos los miembros de los grupos para de común acuerdo mejorar en lo posible todo lo referido al evento de Peracense, mejoras que quedan reflejadas en el “Código de Peracense”, manual que recoge la normativa del evento.
Una vez acabada la reunión degustamos nuestra última comida en el castillo antes de acabar de cargar nuestros trastos y regresar a nuestras casas.
Decir que este año en Peracense se ha batido el record de tiendas y pabellones medievales en un evento medieval con un total de 37 habitáculos. Enhorabuena Fidelis Regi !!!
Pero como el que algo quiere algo le cuesta al final lo conseguimos y ya una vez instalados en nuestros pabellones nos dispusimos a comer en una de las dependencias del castillo mientras que los Fidelis Regi prefirieron para la ocasión ir a comer al restaurante del pueblo.
Y he aquí que después de la comida y estando solos se nos ocurrió una pequeña venganza sobre el señor de Urrea quien semanas antes aprovechando nuestra estancia en Pardines, lejos de internet, se atrevió a tomar posesión en nombre de su casa de nuestro querido foro en la red. Pues bien que se la dimos, tan feliz y contento que estaba él de ver su estandarte gobernando el castillo desde lo alto que decidimos cambiarlo por un simple trapo color naranja de igual tamaño y que ondeaba también a las mil maravillas para posterior satisfacción de Ximén Cornel, su más acérrimo enemigo, por la similitud de los colores de su blasón.
Y en estas que sale de la comida el señor de Urrea con los suyos y demás compañeros de otros grupos que habían llegado ya al pueblo y a los que de manera presumida les iba enseñando desde la lejanía lo bien que ondeaba su pendón para que todos se maravillasen de ello aunque él mismo lo observaba con un tono ligeramente diferente. Pensó que seguramente era por la distancia o quizás por influjo del sol pero lo notaba raro. Lo que nos perdimos fue la expresión de su cara y las primeras risas de los asistentes cuando confirmo definitivamente sus sospechas y vio al fin que se lo habíamos cambiado. Castillo tomado, venganza cumplida.
De lo acontecido ese jueves poco más a destacar, seguían llegando compañeros de recreación y se seguía montando el campamento, cena, charla, risas, lo normal entre buena gente.
El viernes era ya el punto de partida del evento, con todo ya montado empezaba a vivirse el ambiente medieval de recreación. Para este evento y como novedad se habilitaron diversas salas del castillo, en una de ellas Fidelis montó un cuerpo de guardia, estancia en la que se designaban los diferentes puestos de guardia en el interior del castillo y los turnos a realizar por los soldados que firmemente hacía cumplir su fiel sargento Mariano.
En otra de las estancias se habilitaron una capilla destinada a la oración. Para lo cual vistieron las paredes de ricas telas, cortinas y demás, colocando como imagen central la de una virgen tallada al más puro estilo de la época. Ahí es donde el cronista mayor de Fidelis, el benedictino Enrique de Çaragoça, dos frailes turolenses y el hospitalario de La Orden del Acero Negro se encontraron como en casa.
Otra de las sorpresas fue encontrar en otra de las dependencias del castillo y de la mano de los Iparreco Iaunac la representación de lo que era una cocina en esa época. Todo tipo de recipientes, enseres y utensilios se encontraban en dicha cocina que presentaba un sensacional aspecto para deleite de todos los que la visitaron.
Y no acaba aquí la cosa pues ese gran, no, esos dos grandes artesanos como son Axil y Harald, muy bien secundados por los amigos de este último, se atrevieron a montar una enorme fragua dentro de otras de las dependencias de ese castillo. Del calor que pasaron y del cansancio de estar todo el día picando hierro caliente solo pueden hablar ellos mismos. Felicidades artistas, tenéis todos nuestra admiración.
Todo esto sucedía en la parte interior del castillo en sus diversas dependencias, mientras en el resto del campamento se realizaban otras actividades. Los arqueros de ARCOFLIS nos dedicamos a labores de mantenimiento propias de nuestro oficio, poner nuestros arcos a punto, hacer nuevas flechas, confeccionar un nuevo carcaj de tela y coser una funda que proteja el arco de los golpes y de las inclemencias del tiempo mientras que nuestras mujeres se afanaban en coser y bordar unos nuevos tocados para la cabeza.
Bajo el mismo toldo que nos protegía del intenso calor reinante, otro miembro de Iparreco Iaunac, Jorge, se dedicaba a pintar sobre un lienzo una virgen medieval, encargo de su señor. Y no muy lejos los portugueses y algún miembro de Fidelis cosían y bordaban diferentes telas escuchando de tanto en tanto a los puestos de guardia que reportaban novedades a su sargento a grito pelado. Qué ambiente se respiraba.
A esto que se acercaron guiados por Don Artal de Alagon las cámaras y reporteras de Aragón Abierto para hacernos pequeñas entrevistas y filmar un poco de lo que íbamos haciendo para su reportaje.
Comimos excelentemente, pasamos la tarde de igual manera con labores, turnos de guardia, etc. y cuando empezaba a caer la noche se presentó a las puertas del castillo Ximén Cornel con su gente.
Pero recordemos este personaje de Ximén Cornel y de Don Ruy Ximénez de Urrea de eventos anteriores en el mismo Preacense o dónde les dejamos no hace mucho en tierras catalanas de Pardines.
Bien, resulta que Don Ximén Cornel era el tenente del castillo de Peracense que fue reemplazado en el cargo Don Ruy Ximénez de Urrea. Como es lógico Urrea y Cornel tuvieron sus más y sus menos abandonando este último el castillo de muy mala gana bajo la promesa de volver algún día a reclamar lo que considera enteramente suyo.
Uno de los últimos episodios de estos dos nobles se vivió en las tierras de Pardines no hace mucho dónde el de Urrea sufrió una emboscada cuando estaba acampado con sus tropas por parte de Ximén Cornel que casi le cuesta la vida (Ver una entrada anterior de nombre “Pardines 2010”). Una vez recuperado de la agresión sufrida y ya en el castillo de Peracense retomamos la historia ya que la guardia acaba de informar a Don Rui Ximénez que Ximén Cornel está a las puertas del castillo y pide ser recibido.
El tenente accede y Cornel entra en la fortaleza siendo recibido tal y como pedía por el señor de Urrea altamente sorprendido ante tan inesperada visita. Unos minutos más tarde, lo que tardo en remojar el gráznate, Cornel desveló sus intenciones. Tras preguntar por su familia, esta estaba bajo la protección del señor de Urrea, se rebeló como portador de una misiva real en la que el mismo rey le devolvía el castillo de Peracense y todas sus posesiones.
Al ir creciendo la sorpresa en el rostro de Don Ruy Ximénez, que no daba crédito a lo que oia, delegó pronto en su hombre de letras, Enrique de Çaragoça, monje muy versado en este tipo de documentos, para que diese autenticidad a tal escrito que de ser cierto le privaba de la tenencia de Peracense y todas sus posesiones. El monje se acercó, despacio, vestía los hábitos benedictinos de su orden y avanzaba con un bastón en la mano derecha y un pequeño farol en la izquierda, pues empezaba a oscurecer. Atendió muy ceremonioso las órdenes de su señor, dejo su bastón a un lado, busco entre sus enseres, se puso sus lentes y procedió a su lectura. Después de un primer examen aseveró no poder dar validez al mismo, según dijo, parecía auténtico, pero la poca luz reinante en el momento no le dejaba apreciar claramente todos los matices de tal misiva para certificar de una manera resuelta su veracidad. Así que propuso dejar tal afirmación para el día siguiente con más luz y mayor tiempo para su pertinaz estudio. Así lo convinieron también oportuno los dos caballeros y que sin más se pusieron a cenar dejando para el día siguiente tal resolución.
La cena fue igual de buena que todo lo que probamos en estos días y más sabrosa aún si después del postre te deleitan de nuevo con una nueva actuación de ese par de diablillos que ya atienden por el nombre de “Les Morenitos”, de los que ya hemos hablado otras veces, que hicieron las delicias de todos. Para esta ocasión, en su peculiar show, se metieron de nuevo con los arqueros y con el pobre de Cornel ya habituado a dicho espectáculo. Pero no sufráis, todo llegará, ya les correremos un día de estos a flechazos.
La armonía reinante y frescor de la noche dieron paso al amanecer de un sábado que prometía ser muy caluroso. Se respiraba en el aire la incertidumbre y el presagio de un ambiente prebélico quizás como consecuencia de la presencia de Ximén Cornel y la misiva de la que era portador que se desvelaría a todos esa misma mañana.
Y así se hizo, reunidos de nuevo los tres en el patio interior del castillo, Enrique de Çaragoça era quien tenía la palabra pues de sus labios saldría la voz que autorizaba o no dicho documento. Y el monje habló diciendo que dada su experiencia con este tipo de documentos de la casa real no veía la autenticidad del mismo ya que, según él, una de las firmas secretas del rey no figuraban en dicho escrito por lo que acabó emitiendo un veredicto muy disconforme con los intereses del señor de Cornel que vio impotente como su escrito era totalmente desestimado por ser poco veraz.
Enfurecido por tal decisión abandona el castillo para reunirse con el resto de sus tropas amenazando de recuperar la fortaleza por la fuerza si esta fuere la única manera de poseerla. El señor de Urrea ante tal afirmación opta por reforzar los puntos clave del castillo temiendo un asalto desesperado al castillo. Se cierran puertas, se aumenta la guardia y se arma a la tropa por si fuera menester.
Comimos y descansamos un rato por lo de guardar fuerzas ante el posible ataque, atentos a cualquier comentario y movimiento de los centinelas. A media tarde el ataque pasó de posible a inminente ya que alguien dijo ver moverse al grueso de las tropas de Cornel hacia la fortaleza y tras saber que en una de sus tretas había envenenado los pozos del castillo para dejar sin agua potable a sus moradores. La batalla estaba cerca. Corrimos hacia nuestras armas, los hombres de armas a por sus escudos y lanzas. Nosotros los arqueros a por nuestros arcos y flechas. Esta vez ARCOFLIS estaba bajo la orden del señor de Urrea por lo que nos tocaba defender el castillo.
Desde las cocinas se mandaron a cuantas aguadoras se pudo para intentar llevar agua desde alguna fuente cercana acompañadas de una pequeña guardia para su seguridad. Pronto volvieron al castillo alertando de la proximidad del enemigo que poco tardó en presentarse en uno de los muros laterales. Desde la torre más cercana fueron recibidos con piedras por lo que decidieron seguir el ataque por otro de sus muros menos custodiado y quizás más asequible.
Con fustíbalos y hondas mermaron las pocas defensas que desde las almenas intentaban protegerse con sus escudos. Pronto a las órdenes de Cornel atacaron la primera puerta que da acceso al recinto. Labor que les resulto sencilla debido a la acción de un soldado que les facilitó la entrada con su traición.
Y allí los esperábamos nosotros, con los arcos a punto, viendo como penetraban por la puerta y subían la rampa que daba acceso al segundo recinto más fortificado. A una orden y desde la muralla, elevados para no sufrir bajas, empezamos a soltar una lluvia de flechas mortal sobre el enemigo. Muchos en un vano intento hacían por protegerse con sus escudos, pero ya era tarde, habían sucumbido a las mortíferas flechas. Recuerdo muy bien cierto caballero a quien le bastaron décimas de segundo en un descuido que le dejo desprotegido un instante, para recibir una de nuestras saetas en el pecho derribándolo totalmente. Muertos y heridos empezaban a caer en los escalones. A una orden de su capitán formaron un nuevo muro de escudos, más sólido. Lo que les permitió seguir avanzando bajo las flechas hasta el pórtico de la segunda entrada donde ya no estaban a tiro de flecha.
Con la ayuda de un ariete y posteriormente a golpe de hacha derribaron el pesado portón que les separaba del segundo acceso. Las tropas del señor de Urrea, que les aguardaban en el centro del patio con el mismísimo Don Ruy Ximénez al frente, se pusieron en guardia.
Una vez frente a frente estaba todo por decidir, los nervios aumentaban, el enemigo había conseguido penetrar en las entrañas del castillo, no quedaba nada más que defender, triunfar o morir y eso no hacía presagiar nada bueno. Allí estaban, quietos, mirándose, esperando el menor movimiento, tensos. Se dio la orden de atacar y todo cambio, gritos, chocar de espadas y escudos, rostros y torsos ensangrentados y ningún claro vencedor. Así una tras otra se sucedían las embestidas entre los dos ejércitos.
Era una situación extraña, si seguía la lucha y se iban matando de igual manera cabía la posibilidad de quedarse sin tropas ambos contendientes, por lo que decidieron en una de las pausas decidir la victoria por medio de paladines. El vencedor se quedaría el castillo. Por la parte atacante peleaba Galceran, el alférez de la casa de Ximén Cornel, por contra defendía a su amo, Blasco Garcés, sargento de armas de la casa de Urrea.
Los dos luchan bravamente pues son dos grandes adversarios muy duchos en su oficio. Mientras se está decidiendo la suerte de Peracense, Ximén Cornel da una orden a Don Fortún de Ayala quien partidario de la casa de Cornel toma por la espalda a Don Ruy Ximénez de Urrea y le pone una daga en el cuello provocando que el sargento Blasco Garcés rinda su arma quedando el señor de Urrea prisionero de Cornel. Este le llena de grilletes y lo deposita preso en una de las estancias del castillo.
Y una vez acabada la batalla pasamos la noche, cenamos otra vez todos juntos, comentando las incidencias de la misma, que si esto, que si lo otro, que para aquí, que para allá, hasta que cansados, nos retiramos a nuestros aposentos para descansar esperando la llegada de un nuevo día.
Y llego el domingo, última jornada del evento. Queda aún saber el desenlace sobre los contendientes por el castillo de Peracense. Resulta que vuelven a entrevistarse los dos pretendientes, muy caballerosos como tales y apelando a ese mismo derecho, Don Ruy Ximénez de Urrea pide un Juicio de Dios, o sea un enfrentamiento directo con Ximén Cornel.
Pero dejemos que sea el propio Enrique de Çaragoça, más versado en leyes, que haga el siguiente relato con sus propias palabras…
A las damas e caballeros presentes en la fortaleza de Peracense.
Habiéndose dado el caso de emplazamiento a duelo judicial del emplazado don Ximén Cornel por el tenente deste castillo don Ruy Ximénez de Urrea por la posesión del mismo, et recogiéndose jurisprudencia de dicto duelo en el Fuero otorgado por S.M. don Alfonso el Segundo de Aragón a la villa de Teruel en el anno de 1176, en su folio LIII, capítulo CCXI sobre el duelo judicial de los deudores emplazados, sea concedido tal emplazamiento et sea desarrollado el duelo del modo siguiente:
- Primero, que hallándose demandante e emplazado presentes en el campo, e habiéndose llegado a acuerdo entre ellos, non sea necesaria la búsqueda de adalides que los representen, siendo los dos ricoshombres suprascriptos, don Ruy Ximénez de Urrea et don Ximén Cornel, quienes tomen las armas et luchen por su razón en sus propias personas.
- Segundo, que bajo pena de muerte ose ninguno de los parciales de ambas casas ayudar a sus respectivos señores en la lucha, ni procurando la victoria de su señor ni facilitando la derrota del adversario.
- Tercero, que la lucha sea desarrollada con las armas de caballero, esto es, a espada e escudo.
- Cuarto, que un juez imparcial vele por el desarrollo del juicio e non permita trampa ni añagaza por parte de ninguno de los contendientes en el desarrollo del mismo.
- Quinto, que un escribano o secretario tome nota del desarrollo del juicio e dé fe del resultado del mismo, siendo llevado el escrito ante Su Majestad por darle su beneplácito.
- Sexto, que el resultado del duelo judicial, sea cual fuere, sea tenido por juicio e voluntad del Altísimo por todas las partes implicadas en él, aceptándolo sin derecho a réplica.
Establecidas las condiciones e aceptadas por las partes implicadas, de, pues, comienzo el duelo cuando ambos contendientes estén convenientemente preparados para el mismo.
E assí fecho, combaten ambos caballeros en la segunda liza del castillo por la posesión del mismo. Don Ximén Cornel lleva la iniciativa en la lucha, pero a la postre es el señor de Urrea quien se hace con el triunfo desarmando a su adversario e faziéndole hincar la rodilla en el suelo...
Y así es como el señor de Urrea recuperó el Castillo de Peracense y sus posesiones.
Pero como hemos dicho antes era el último día del evento, solo nos quedaba recoger todo el material, comer y la acostumbrada reunión de grupos que se suele hacer al finalizar el evento para ver en que se puede mejorar. Pero, como decía Jack el Destripador unos siglos después, vayamos por partes.
El desmontaje fue duro y largo. El cansancio acumulado en los días anteriores y el hecho de que casi al tiempo desmontaba todo el campamento no lo hacían más fácil. Otra vez teníamos que superar las mismas distancias, subidas y escalones de la ida.
La gran anécdota de la edición del año anterior fue la intensa lluvia que cayó el sábado y el domingo que hizo imposible cualquier acto en esos días afectando sobre todo a la batalla del sábado. Todas las tiendas y pabellones se mojaron de lo lindo acabando algunas de ellas literalmente por los suelos por efecto del agua. A muchos compañeros se les mojo todo lo que llevaban, otros tuvimos más suerte y pudimos salvar bastante de lo que llevábamos. El castillo se había transformado en un rio en su interior que arrasaba cualquier tienda o pabellón que se ponía a su alcance. El desmontaje tuvo que ser rápido llevándonos a casa mucho material afectado por el agua y hubo sus pequeñas inundaciones en los pueblos cercanos.
Por ello en esta edición teníamos siempre la mirada puesta en el cielo. Los tres primeros días no había ni nubes y el sol calentaba lo suyo, pero el domingo antes de comer cambio el panorama y unos negros nubarrones empezaron a tomar el castillo. Pintaba otra vez a aguacero.
Con la amenaza de la lluvia empezamos la reunión de grupos, una charla abierta entre todos los miembros de los grupos para de común acuerdo mejorar en lo posible todo lo referido al evento de Peracense, mejoras que quedan reflejadas en el “Código de Peracense”, manual que recoge la normativa del evento.
Una vez acabada la reunión degustamos nuestra última comida en el castillo antes de acabar de cargar nuestros trastos y regresar a nuestras casas.
Decir que este año en Peracense se ha batido el record de tiendas y pabellones medievales en un evento medieval con un total de 37 habitáculos. Enhorabuena Fidelis Regi !!!
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